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Santos de lo ordinario

Hace unas semanas les compartía lo que puede llegar a pasar cuando nos emocionamos y nos apuntamos en mil y un grupos, que podemos caer en un activismo sin sentido. Dejamos de servirle a Jesús y empezamos a actuar en automático, sin razonar. Les puedo compartir esta lección porque es algo en lo que he caído mucho y que sigo trabajando; quiero hacer, hacer y hacer pero en ocasiones Jesús marca la pauta hacia otra dirección. Esta manera de actuar, a pesar de que me conducía a un activismo sin sentido, venía de la idea de que para ser una buena católica tenía que estar empapada de grupos y proyectos.


Creo que como católicos debemos recordar que nuestro llamado es el amor y que a cada quien se le ha puesto en un lugar específico con ciertos dones, capacidades y carismas para cumplir con un camino único. No todos estamos llamados a ser misioneros rurales, conductores de un podcast, parte del ministerio de alabanza, coordinadores de un grupo o a escribir blogs para evangelizar. ¿Por qué les comento esto? Porque como les decía, muchas veces me he aferrado a la idea de que para ser una católica activa debo de estar en ciertos grupos de la Iglesia y en medio de varios proyectos al mismo tiempo. Suena bastante ilógico, pero es un pensamiento que me dirigía mucho.


A pesar de esto, un día un pajarito me contó que los santos no llegaron a ser santos por la cantidad de grupos, apostolados y proyectos exitosos que llegaron a tener. Los santos llegaron a ser santos porque fueron siguiendo el camino que Dios les iba marcando. Muchos fueron santos de lo ordinario, de lo pequeño, eran dóciles al Espíritu Santo y veían a Jesús en cada momento de su horario.


A pesar de que hay quienes sí están llamados por Jesús a hacer lío en muchos grupos y que tienen toda la capacidad para hacerlo, hay quienes estamos llamados a hacer lío en lo ordinario, en lo pequeño y escondido de la rutina de cada día. Todos como católicos estamos llamados a ser el rostro de Jesús en todo lugar: en la escuela, en nuestros equipos de trabajo, en los diplomados, en los eventos con los que nos comprometemos, en la casa, con nuestra familia y con nuestros amigos. Es ahí donde Jesús espera que compartas, que seas consuelo, atención y cariño. Que seas puntual, servicial, sensible a las necesidades del otro, generoso con tu tiempo.


Jesús no nos manda a servirlo en algo abstracto o en un proyecto lejano, sino que nos llama el día de hoy, donde tenemos nuestros compromisos, donde estamos plantados, es ahí donde estamos llamados a florecer.

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