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No tengo tiempo

No se si a alguien más le ha pasado, pero últimamente siento que no tengo tiempo para nada. Claramente el día sigue teniendo 24 horas, la semana 7 días y los meses entre 4 y 5 semanas, pero aún así, pareciera que alguien me está robando mi tiempo, porque nunca me alcanza. No dudo ni poquito, que esta “falta de tiempo” se deba a mi organización ineficiente, a que tengo muchas actividades, incluso a los efectos que la pandemia y la vida online puedan estar generando en mi percepción del tiempo… pero hoy se me ocurrió un factor aún más interesante. Será que si no tengo tiempo, ¿otras personas sí tienen? ¿puedo pedirles más? ¿dónde se consigue? ¿quién es el dueño de mi tiempo que parece nunca ser suficiente?


Después de una conversación muy interesante con algunas grandes mujeres que conozco, llegué a la conclusión de que el tiempo que utilizamos durante nuestra vida al parecer se ha vuelto un objeto más que poseer. Hablamos de “mi tiempo”, “tu tiempo”, mostrando una vez más nuestro deseo humano de tenerlo todo bajo control, bajo nuestro dominio. En esta línea, pude pensar en 3 modos de vivir según el sujeto que posee el tiempo, según el “dueño de tu tiempo”.


Cuando tú eres dueño de tu tiempo

Uno pensaría que este es el más común de los casos. Casi todos hemos dicho lo que mencioné al inicio: “no tengo tiempo”, una frase que descubre nuestro anhelo por poseer un poco o un mucho de este valioso recurso para hacer con él lo que nos plazca. Una persona que es dueña de su tiempo es alguien que hace lo que quiere en el momento que quiere. Puede planear eventos a futuro o bien tomarse el día, según lo que más le convenga a él o ella. Una persona que es dueña de su tiempo también puede decidir compartirlo con otros: hace espacios en su agenda para ver a su familia, a su pareja, para el trabajo, para la escuela, y obviamente, también le hace un cachito a Dios.


Sin embargo, el día sigue teniendo 24 horas, eso no cambia, entonces la persona que es dueño de su tiempo debe saber administrarlo para alcanzar a hacer todo lo que quiere, y muchas veces, la ambición será más grande que la realidad, y tendrá que decirle que no a su familia, a sus amigos, a su escuela, a su trabajo, y la mayoría de las veces a Dios. Aquí aplican las famosísimas frases que casi todos hemos dicho: “no tengo tiempo para orar”, “no alcancé a ir a misa”, “no tengo tiempo para Dios”. Y sí, aunque suene crudo, la persona que es dueña de su tiempo decide no tener tiempo para Dios, porque si él es el dueño, entonces él podría hacerse tiempo, no?


Cuando el mundo es dueño de tu tiempo

Este segundo estilo de vida pareciera ser el otro lado de la moneda. A diferencia de la “libertad” o el “poder” que pudiera experimentar la persona #1 (dueña de su tiempo), la persona #2 no es dueña de su tiempo, si no que por sus inseguridades o sus pasiones, el mundo se ha vuelto el dueño de su tiempo. La persona #2 es un esclavo del tiempo. Un ejemplo muy claro de un católico que entra en este rubro sería el que está en mil apostolados, mil juntas, mil reuniones, y sin embargo sigue con ganas de más. El vacío en su interior no se llena, el hambre no se sacia sólo aumenta. Al final de su jornada, no importa cuantas cosas hizo, siempre le faltó tiempo para hacer algo, la insatisfacción permanece. El mundo puede ser dueño de nuestro tiempo ya sea a través de nuestras inseguridades o nuestras pasiones.


Cuando las inseguridades son dueñas de nuestro tiempo, todo nuestro día son múltiples intentos por complacer al mundo, pues como soy inseguro busco complacer para gustarle a otros. Un ejemplo clave son las redes sociales. ¿Cuánto tiempo no invertimos en las publicaciones que subimos a nuestras cuentas de redes sociales? ¿Por qué nos gustan tanto los likes? Yo pienso que se debe a que buscamos en la aprobación de otros, nuestro valor. Por eso no nos molesta o nos pesa tanto dedicarle tanto tiempo a algo tan simple como una foto, un video o un tweet. La inseguridad es la dueña de nuestro tiempo.


Las otras dueñas de nuestro tiempo son las pasiones. Cada uno tenemos algo particular, una tendencia, que si bien no necesariamente es intrínsecamente mala, puede llevarnos al bien o al mal según nuestra práctica. Ya sea un deporte, un arte, un pasatiempo… casi cualquier cosa puede ser una pasión para alguien, pero una vez que la pasión toma el control, la persona se vuelve esclava. Cuando la pasión es la dueña del tiempo, el individuo ocupa todo su tiempo en satisfacer esta pasión. Y sucede algo muy parecido a lo que pasa con las inseguridades: esas ansias, ese deseo en la persona nunca se apaga, siempre quiere más. Se acaba la jornada, y por más tiempo que le haya dedicado a esa pasión, nunca se va satisfecho a dormir, porque “pudo haber hecho más”, “disfrutado más”.


Sin importar si las protagonistas son las inseguridades o las pasiones, cuando el mundo es dueño de su tiempo, la persona nunca se siente satisfecha y puede llevarlo a sentirse insuficiente, impotente, e incluso inútil.


Cuando Dios es el dueño de tu tiempo

La verdad si lo pensamos bien, la persona #1 y #2 no son tan diferentes, ambos son esclavos: la primera de sí misma, de su egoísmo, y la segunda de los demás, por la presión que ejercen sus inseguridades y pasiones. Entonces, ¿cuál es la solución? ¿de quién es “mi tiempo” o de quién debería serlo? Ya sabes la respuesta: Dios. Y no, no hablo de Dios como de Cronos, el dios del tiempo de la mitología griega, o como si Dios tuviera bolsas de tiempo para regalar, o botones para pausar y adelantar el tiempo. No, nada de eso, eso dejemoslo para la ciencia ficción y la fantasía.


Dios creó el mundo con las leyes naturales, dentro de ellas, que en la Tierra sale el sol aproximadamente cada 24 horas (obvio el ser humano fue quien estudió el cielo, se puso a hacer la matemática y designó la nomenclatura, pero eso no es el punto). El punto es que a Dios tampoco le puedo pedir que me regale unas cuantas horas extra a la semana para que me alcance el tiempo para mis actividades, o que ponga en pausa un momento de mucha alegría para disfrutarlo al máximo, o que acelere un momento de dolor y tristeza… no, Dios no funciona así. No dudo que Él es Dios y puede hacer lo que Él quiera hacer, pero no creo que su invitación respecto al tiempo se trate de buscar maneras de multiplicarlo, si no de vivirlo, cada segundo.


Cuando Dios es el dueño de tu tiempo, tienes las mismas 24 horas que todos los demás, probablemente las mismas actividades que hacer, incluso más, pero hay algo que cambia. A toda ecuación de sumas y multiplicaciones de horas de actividades y pendientes que tienes, le agregas un paréntesis, lo encierras en un paréntesis más bien y lo multiplicas por 0. No seré la mejor en matemáticas, pero si algo aprendí en esa clase fue que si cualquier número, variable, ecuación o lo que sea, lo multiplicas por 0, el resultado siempre es 0. Así que ese es el total de horas que tienes disponibles cuando Dios es dueño de tu tiempo: 0 horas.


Al inicio, como que no parece muy buena idea. Podrás pensar: “la persona #1 y #2 tenían por lo menos 24 horas al día, y ¿yo voy a tener 0?” Pues sí, no parece buena idea, pero es la verdad. No eres dueño del tiempo, punto. Y en la medida en la que conoces esta verdad, eres libre. Pero no te preocupes, eso no significa que el tiempo se detenga y ya te vas a morir porque no tienes tiempo, no, para nada. Dios, así como nos dio la vida, nos introdujo en el tiempo, por lo tanto, existen 24 horas en el día para que nosotros hagamos uso de ellas.


Yo sé que quizá te estés preguntando cuál es la diferencia entonces. “¿Para qué hacer todo un blog hablando de cómo no soy el dueño del tiempo si al final sigo teniendo el mismo tiempo para hacer mis cosas?”, pero es que justo ahí está el punto: el tiempo no es nuestro recurso, ni siquiera es algo que podemos tocar, mucho menos poseer. Ni siquiera es lo que realmente anhelamos. Tanta búsqueda de tiempo extra no es más que un anhelo de tener otra oportunidad más de encontrarle el sentido a nuestra vida. Ya no se trata del valor o el propósito del tiempo, sino de la vida misma que Dios nos dio.


Cuando te das cuenta que Dios es el dueño de tu tiempo, así como de tu vida, no se trata de ver cuántas actividades puedo hacer en el día o cómo alcanzar a hacer todo lo que me proponga, si no en hacernos esta pregunta: ¿cómo puedo aprovechar este momento que estoy viviendo para darle Gloria a Dios, para cumplir con mi propósito? o bien en otras palabras: ¿cómo vivir amando? El tiempo pasa a segundo plano, incluso al último plano cuando reconocemos que el chiste no es tener tiempo de sobra, si no vivir, amar, cumplir ese propósito. Entonces, cada vez que te vas a dormir, no importa si alcanzaste o no a hacer todo lo que tenías planeado en tu agenda, importa, si en cada uno de los momentos del día pudiste amar, pudiste vivirlos al máximo sirviendo a otros y glorificando a Dios.



Quizás esto fue demasiado profundo para lo que el título mostraba, pero concluyo con que no estaba tan equivocada al decir que no tengo tiempo. Definitivamente ese es el primer paso, reconocer que no tenemos tiempo, pero sí tenemos a Dios, y con Él, el tiempo es solo el escenario en donde cada uno de nosotros podrá hacer y deshacer, avanzar y a veces retroceder, correr pero también tropezar, vivir y amar... simplemente vivir y amar.


Imagen: Imagen de Free-Photos en Pixabay

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