Un consejo para quien siente que esta estancado en su fe

Vamos a hablar de algo, desde mi perspectiva, poco agradable y muy aburrido, pero sumamente necesario e importante para crecer en la fe. Si sientes que te estas quedando estancado en tu camino con Cristo, hazte un favor y sigue leyendo.

En la vida hay cosas que nos enseñan desde chiquitos que no siempre nos caen muy bien, y si lo piensas un minuto, la mayoría de esas cosas, tienen que ver con la disciplina. Desde pequeños en casa nos enseñan que hay cosas que no debemos tocar porque se rompen o porque no son nuestras, en la escuela nos dicen que debemos guardar silencio cuando alguien está hablando al frente, y la lista continúa con muchos más ejemplos.

Podrán parecer cosas muy sencillas y cotidianas, tanto que a veces le restamos importancia, sin embargo, para el cristiano esta virtud se vuelve cada vez más necesaria conforme va avanzando en su camino de fe.

He aprendido a valorar la disciplina. No, valorar no, amar. Porque no siempre la disfruto (más bien casi nunca), no siempre la aprecio, no siempre “siento” necesitarla (aunque siempre es así); pero he aprendido a amarla, porque con ella cada día reafirmo mi decisión de Amar a Cristo.

Nunca he sido de esas personas que viven por la disciplina, tampoco soy de romper reglas (normalmente), pero hasta hace unos meses me costaba tanto entender cómo había gente que podía ir todos los días a misa, cómo podían levantarse tan temprano para hacer oración, cómo podían trabajar o estudiar todo el día en temas de administración, economía, ventas, producción, etc. y aún así ver a Dios en esos trabajos tan sumamente mundanos y, en mi pobre y necia perspectiva, tan contrarios a Su Palabra. Gracias a Dios, y a mi madre María, me han hecho comprender.

El Amor, que es Dios, está presente en todo y en todos. Que ingenua era yo al creer que sólo con mi fuerza de voluntad bastaba para poder acercarme al Señor, como Él me lo pedía. Somos humanos, necesitamos ayuda humana. Necesitamos hábitos, costumbres, y por supuesto, también la gracia de Dios, pero para que la gracia pueda obrar en nosotros, debemos hacer más que sólo pedirla, hay que mover nuestro cuerpo y preparar nuestra mente para recibirla. Porque no somos sólo espíritu, somos cuerpo y somos mente.

Imagina este ejemplo, un niño le pide a su padre que le de un cono con su nieve favorita, el padre ama a su hijo y quiere verlo feliz, sabe que un poco de azúcar no le va a hacer daño y aparte el niño se ha portado muy bien, merece una recompensa. El padre con todo su amor, por supuesto que le va a dar el cono de nieve, pero si el niño no levanta sus manos para tomar el cono, no hay mucho que pueda hacer. Así es Dios con nosotros, nos quiere dar todo lo bueno, pero necesitamos animarnos, movernos.

Jesús vino a enseñarnos que también la disciplina es parte esencial del cristiano, pero esto no lo aprendió Él sólo, pues era un niño. Fueron sus padres, María y José, su padre terrenal, quienes lo enseñaron a ser obediente, a mantener el orden, ser puntual, entre tanto más, porque todo esto le agrada al Señor. Así también nosotros, confiemos en que tenemos la intercesión de esta Sagrada Familia.

Creo que el mejor consejo que podría dar a alguien que, como yo, batalla con la disciplina, es acercarse a José y a María, que ellos con su completa humanidad fueron capaces de crecer en el Amor a Dios por esta virtud, y de compartirla con su hijo, el Hijo de Dios, ¡tanto así nos podrán ayudar a nosotros!

Sé que no es fácil, que a veces simplemente no tenemos ganas, creemos que no tenemos suficiente amor en nosotros, yo misma solía pensar esto. Pero la realidad es que cada vez que nos acercamos a Dios, hacemos oración, ayudamos a alguien, o hacemos lo más mínimo que le agrede, sin ganas, sin emoción, ahí es cuando más estamos amando, porque es entonces cuando se demuestra la libre, fiel, total y fecunda decisión de Amar.