Somos como anclas
- Dany Sánchez
- May 6, 2021
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En la misa del día de hoy, en la primera lectura (Hch 15, 7-21), nos encontramos con Pedro discutiendo son los apóstoles y los presbíteros sobre la circuncisión, y menciona algo así:
"Dios me eligió entre ustedes para que los paganos oyeran, por mi medio, las palabras del Evangelio y creyeran. Dios, que conoce los corazones, mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo, igual que a nosotros. No hizo distinción alguna, ya que purificó sus corazones con la fe."
Su respuesta me llamó mucho la atención por 3 razones principalmente:
A primera instancia y solo leyendo la primera parte parece que Pedro está presumiendo algo que solo él tiene, "Dios me eligió entre ustedes", pero después nos recalca que Dios no hizo distinción alguna, y que aunque conoce nuestros corazones, al igual que el de él, mostró su aprobación y nos escoge a nosotros también. Este es un tema del que constantemente habló, porque es un tema en que constantemente caemos. Ninguno de nosotros tenemos corazones perfectos, ni los que llevamos años en esto, todos constantemente caemos, y nuestro corazón constantemente se va destrozando. Llegamos ante Dios con un corazón destrozado, y a veces nos da pena mostrarlo, pero Él lo conoce. Conoce todas las heridas, golpes, moretones y cicatrices de nuestro corazón y aún así nos muestra su aprobación y nos entrega al Espíritu Santo para hacer nuevo ese corazón. Entonces no, quizás no somos dignos, pero el Espíritu Santo nos dignifica. Aunque no te creas digno, al menos cree en eso.
Pedro también dice "para que los paganos oyeran por mi medio, las palabras del Evangelio y creyeran" curiosamente por esta misma razón, la gente se rehúsa a predicar. Estando en el ministerio de predicación de mi grupo, constantemente me enfrento a comentarios como "los demás saben más que yo", "pregúntale mejor a tal" , o las más común "ay es que yo no se que decir" excusas hay muchas, pero razones para si hacerlo hay más. No queremos hablar porque tenemos miedo a equivocarnos, a decir cosas que no son, o no saber explicar algo, creemos que entre más conocimiento tenemos, mejores predicadores somos, pero no es así. No venimos a enseñar nada, ni siquiera venimos a hablar por nosotros mismos, venimos a hablar del Evangelio, venimos a hablar de Dios, con Dios en nuestra boca, Él mismo siendo nuestras palabras. Él hace el trabajo, lo único que nosotros tenemos que hacer, es dejar que lo haga.
Mas abajo en la lectura, Pedro, recuerda las palabras de los profetas y dice:
"Reconstruiré de nuevo la casa de David, que se había derrumbado, repararé sus ruinas y la reedificaré, para que el resto de los hombres busque al Señor"
Amigos, nosotros somos la casa de David, nos rompemos y nos destrozamos, pero no por siempre. El Señor viene a hacer todas las cosas nuevas, incluso a nosotros. Viene a renovar nuestra casa, y a hacer que nuestro testimonio sea el ancla para los demás.
Nosotros como ancla paramos el barco del Señor en donde Él lo necesita, y dejamos que nos hunda en el mar, aunque sea un lugar desconocido para nosotros, pero el lo conoce a la perfección, Él es el capitán. Como capitán el sabe donde zarpar, Él sabe en donde el ancla es necesaria, Él sabe por cuánto tiempo el ancla debe estar ahí y sobre todo sabe cuándo sacarnos y movernos a otro lado.

El Señor no hace distinción alguna al escoger a cualquiera de nosotros, Él no se fija en nuestros talentos, ni es nuestro defectos. El Señor no nos escoge por nuestra cualidad, no escoge a pesar de ellas. El purificó nuestros corazones con fe, y es lo único que pide. Para ser servidores no necesitamos de una fe que mueva montañas desde el principio, necesitamos de una fe del tamaño de un granito de mostaza, que luego Él fortalece para que un día seamos capaces de moverlas, destrózalas y volver a hacer si es necesario.
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